“Hay maneras humanas e inhumanas de morirse”

“…los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia, no soy, no hay yo, siempre somos nosotros…”. Aunque siendo fiel a la realidad Andrés Aguirre no lo parafraseó completo, el director del Hospital Pablo Tobón Uribe cita este extracto del poema Piedra de Sol, del mexicano Octavio Paz, y mientras lo hace pareciera que le diera vergüenza recibir los premios y reconocimientos de forma individual, pues insiste en que un director “brilla por su orquesta” y que él es el resultado “de mucha gente”.
Aguirre habla y al tiempo que exhibe esa dentadura grande y brillante que se le ve más grande y brillante cuando sonríe, se desvive en orgullo hacia quienes lo han acompañado en este tránsito de 37 años que van a ser 38 el 9 de abril de 2022. Porque, según él, se ha hecho el líder al que todos aplauden y alaban gracias a lo que le han enseñado los que lo han rodeado de cariño, de afecto, pero sobre todo, de mucho profesionalismo.
“Trascendemos a través de los demás”, expresa. Y entre esos están los pacientes. Porque “hay maneras humanas e inhumanas de morirse”, y para Aguirre su propósito es dejar un mundo mejor en cada una de sus acciones.

“EL HOSPITALAZO”

El director dice que el Pablo Tobón Uribe tuvo su “hospitalazo” un 9 de abril, pero de 1984. Aquel día inició su vínculo con la entidad luego de superar tres entrevistas, una de ellas con su antecesor, Iván Darío Vélez con quien comparte el honor de ser los dos únicos directores que ha tenido la institución en sus 52 años de operaciones. “Uno bueno y otro malo, usted está hablando con el malo en este momento”. Y se ríe.
Y aunque quiera ser modesto, no tiene cómo ocultar que fue el estudiante con el mejor rendimiento académico en el programa de Medicina de la Universidad de Antioquia, y que eso le sirvió para abrirse las puertas del hospital, al cual ingresó como médico general, aunque no era un lugar extraño para él, pues ya había pasado por sus instalaciones durante las rotaciones universitarias.
Resulta que Iván Darío Vélez le dijo que era el elegido para el cargo aunque no había en ese momento una plaza definitiva para él. “Pero quedate trabajando”. Treinta y siete años después ahí sigue, recordando cómo muchas personas lo acogieron y lo ayudaron para que “el recién llegado pudiera cumplir con su trabajo”.
Uno de los aprendizajes más valiosos que adquirió en esa etapa de adaptación fue que nadie daba lo que no tenía y que para poder servir con el alma debía tratarse a sí mismo y tratar a los demás del mismo modo: «con el alma».
Por eso, esa frase se convirtió en un mantra suyo que luego se extendió a todo su grupo de colaboradores y que llegó incluso hasta el eslogan del hospital: un “Hospital con alma”.
Porque su alma, señala Aguirre, es como la de cualquier ser humano, repleta de defectos y de brechas, también de abismos, pero con muchos anhelos y retos propios.
“Yo creo que uno en la vida no se puede quedar como si uno viviera en un sillón cómodo, como ‘a mí qué me importa’, dejando que las cosas pasen. Entonces cuando uno quiere tratar de asumir una actitud responsable ante la vida encuentra que hay cosas por hacer y que hay otras que no se han hecho. Así que es un alma siempre en tensión, pero por algo que vale la pena: la vida humana”.
Y por ello aquello de que hay maneras humanas e inhumanas de morirse. Porque Aguirre considera que ante la vida hay que ser sensibles, asumiendo su fragilidad, pero tomando conciencia de que cada acto es transformador. Y en el sector salud sí que es cierto.

Andrés Aguirre fue el ganador de EL COLOMBIANO Ejemplar 2021 en la categoría Salud-Persona.

“¿Cómo podemos ser más humanos? Solo hay dos grandes cosas que a uno lo hacen más humano desde el punto de vista de la actitud ante los demás: que si yo tengo un privilegio, tengo una responsabilidad con los demás, y que hay que tener sensibilidad y compasión por el otro. El extraño te reclama una respuesta ante su vulnerabilidad”.
Siendo aún médico general en el área de Urgencias, Aguirre recibió a un paciente herido con arma de fuego. Eran heridas mortales, poco había por hacer, sin embargo la persona le suplicaba: “no me deje morir, no me deje morir”. Era la vida de un ser humano aferrándose a la de él. Y lloró. Porque sabía que el desenlace, hiciera lo que hiciera, no iba a ser el que quería.

LAS TRES MORALES

En estas casi cuatro décadas de servicio ha aprendido a hacer un doctorado en frustración, sin título ni aulas, pero sí muchas enseñanzas. Y muy distinto a vivir frustrado, aclara. Lo ha hecho teniendo presentes siempre tres actitudes o morales: la del camello, de que a la vida hay que trabajarle; la del león, no dejarse aplastar por la realidad, ofrecer resistencia; y la moral del niño, de encontrar en la vida algo que se disfrute sin que ello implique que haya qué escaparle a la realidad del día a día.
Esas morales se han convertido en su brújula y le indican en qué momentos hay que sacar el camello, el león o el niño.
Alguna vez unos auditores incógnitos de una fundación visitaron las instalaciones del hospital, verificando la calidad del servicio. Su informe fue claro y contundente: allí sirven con el alma. Y lo hace, de acuerdo con el director, porque cuando ven a un hombre bueno dirigiendo a la orquesta, lo quieren imitar. Y así quiere que lo recuerden: como alguien que se dedicó a hacer el bien, así él diga que es el malo.

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