No sabía si era domingo, lunes o viernes porque todos traían las mismas angustias. Martha Ospina, directora general del Instituto Nacional de Salud –INS–, perdió las fronteras de los horarios y trabajó igual a las dos o tres de la mañana que al mediodía. No hubo en su agenda asuntos de alta o baja prioridad, y en cada uno, sin excepción, las decisiones confluían en ella. Soportó presiones internas y externas y sufría viendo cómo las modelaciones reflejaban un escenario peor que el otro.
Dos años después, ella narra esas vivencias con tranquilidad, pero lo que experimentó al inicio y durante el transcurso de la pandemia en los momentos más álgidos, fue terrible y desgastante. Llegó a tomar decisiones con miedo, pero convencida de que “la mejor decisión es la que se toma, las otras no existen”.
Lo vio venir cuando la vigilancia de riesgos que realiza la entidad que lidera le ofreció una visión anticipada de la emergencia. “Es una pandemia”, afirmó aún cuando en el país no había casos, tampoco sospechas. Lo peor fue que, aún sabiéndolo, no había forma de anticiparla. No había datos preexistentes para establecer escenarios reales y soluciones.
Había que hacer cosas para tratar de acertar, distinto a tratar de no equivocarse. “Era saltar al vacío, y si tenía miedo hacerlo con miedo, pero hacerlo”.
MOMENTOS HISTÓRICOS
Martha Lucía Ospina Martínez es médica, caleña, y desde que estaba en la carrera universitaria, en la Pontificia Universidad Javeriana, le gustaba la epidemiología. Se especializó en esa materia, y luego hizo una maestría en Economía y un doctorado en Política, interesada en inmiscuirse en un núcleo del conocimiento relacionado con la gestión de la salud pública.
Ha transitado por varios cargos de liderazgo en el país, fue directora de la Cuenta de Enfermedades de Alto Costo, revivió y montó el área de Epidemiología y Demografía del Ministerio de Salud, fue viceministra en esa cartera y su rol más mediático, al coincidir con una coyuntura histórica, ha sido el de la directora general del INS, la primera mujer en hacerlo en un siglo.
Por eso no les ha temido a los procesos complejos, se siente cómoda y le gusta. Antes, en otros roles, estuvo al frente de epidemias de gran impacto en la salud pública: la fiebre del chikungunya, el virus del Zika y el sarampión. Sin embargo, el covid-19 tuvo otra dimensión.

La vida, dice, la ha llevado por momentos históricos, y en cada uno ha brindado su conocimiento profesional y sus aptitudes humanas para intentar resolverlos a partir de sus experiencias y su trayectoria.
Cuando inició la pandemia, y pese a ese escenario asfixiante y retador, intentó tomar decisiones inteligentes. Su primera medida fue disolver la estructura orgánica de la INS y crear grupos funcionales, cada uno responsable de atender temas prioritarios que se debían resolver. Allí apeló a un dicho que la convence: “¿Cómo se come un elefante? Bocado a bocado. Toca hacerlo así, si se lo come de una se muere”.
Contó con el compromiso de su equipo. Hubo grupos que eran liderados por personas que quizás no tenían experiencia en temas de salud. Gente que trabajaba en control interno se vio en la cabeza de uno de ellos, pero se requería de templanza y carácter, y Martha supo identificar quién los tenía.
Eran tiempos difíciles. La emergencia no daba espera. Los tiempos de pruebas, que en otros escenarios podrían demorar semanas o meses, esta vez eran por días, no más de dos o tres. Era una nueva manera de vivir: adaptarse.
Las estructuras y los procedimientos que existían no estaban diseñados para esta emergencia, todo tuvo que cambiarse, lo habitual no servía, pero a ella la movió su afán por construir, su deseo de ser “un soldado de batalla, no de desfile”.
Lo logró, moviendo además a quienes trabajaban con ella. Les vendió una visión, un sueño, y ellos la acompañaron.