• Mónica Alzate dirige la fundación que ayuda a las familias de policías
• Creatividad y compromiso son dos de las fórmulas para buscar recursos
Mónica Alzate Sierra creció rodeada del ejemplo de solidaridad que recibió de sus padres y por eso para ella la palabra encarna un sentido de vida, que le ha permitido sacar adelante la Fundación Corazón Verde, una entidad sin ánimo de lucro que mitiga el dolor a las familias de los policías asesinados.
«Ser colombiano ejemplar es una inmensa responsabilidad», afirma esta abogada de la Universidad Javeriana, que con mucha creatividad y el apoyo de un equipo de trabajo, sortea a diario las dificultades económicas para atender a viudas e hijos de los uniformados caídos en la prestación de su servicio.
«Nunca será suficiente lo que hacemos, pero aportamos un granito de arena para esas personas que quedan desamparadas», dice la ganadora del premio en la categoría persona en Solidaridad.
Ella, que nunca había tenido vínculo alguno con la Policía Nacional, llegó a la fundación hace siete años para asesorar un programa de arte.
Y se quedó allí para asumir las riendas de la entidad, que hoy promueve eventos de ciudad para garantizar los recursos que permitan la entrega de becas a los hijos de los policías, otorgar viviendas a las familias, asegurar a los uniformados que trabajan en zonas de alto riesgo y premiar al mejor policía del país. Eso sin contar, la asistencia sicosocial a las viudas y huérfanos, cuando los policías mueren en el cumplimiento de su deber.
«Tenemos que ser creativos porque a las empresas llegan muchas instituciones en busca de ayuda, y es lógico que haya agotamiento de esa fuente».
Así que el arte y la gastronomía, en esencia, se han convertido en la «gallinita de los huevos de oro» para financiar los programas sociales.
Es la fundación la que está detrás del festival Alimentarte, que se realiza cada año en Bogotá. Pero también la que organiza subastas de obras de arte, como la última en la que participaron 72 artistas plásticos del país, que aportaron sus diseños sobre unos enormes caballos elaborados en fibra de vidrio.
«Es un proyecto gana-gana porque todos ganamos. Gana el artista porque exhibe su obra en un espacio público; gana el ciudadano común porque disfruta del arte; gana la fundación porque obtenemos recursos para los programas y gana la ciudad porque genera espacios de encuentro».
Solidaridad con alegría
En el trabajo, Mónica no conoce de frustraciones, a pesar de las limitaciones económicas y de las incalculables necesidades que tienen tantas familias de los uniformados «que perdieron la vida poniendo el pecho por los colombianos», como ella lo describe.
En su forma de ver la vida, hay positivismo. «Cuando uno tiene claro los objetivos, el compromiso y cuenta con un grupo humano, desde la junta directiva hasta el último de los empleados de la fundación, el dinero se consigue», dice profundamente convencida. «¡Aquí se la metemos toda!»
Claro, reconoce que hay que tener temperamento para sortear tantos tropiezos. «Pero la recompensa es enorme cuando uno habla con las familias de los policías y recibe un agradecimiento, una sonrisa. Eso hace que este trabajo sea gratificante y nunca frustrante».
Ella no concibe que las 10 ó 12 horas que pasa en su oficina sean de sacrificio. «Hay que trabajar con alegría porque es la única manera de obtener lo que uno espera y de conseguir que la gente irradie felicidad y se comprometa».
Confiesa que parte del éxito en su gestión, ya en lo institucional, tiene que ver con la aplicación de un principio ético: transparencia en el manejo de los recursos. «Eso genera confianza y abre puertas».
Aún está sorprendida por su elección para este premio porque para ella es una lección de vida: de sus padres recibió el ejemplo de la solidaridad y hoy ella es una colombiana ejemplar, un modelo a seguir.
Y así lo sienten quienes se benefician a diario con su trabajo: cientos de corazones verdes que encuentran en Mónica, y en la Fundación, por supuesto, el alivio a sus tristezas.