Apasionada de la vida en un SI mayor
Todo su cuerpo parece una cajita de música que encontró en las blancas y las negras su mejor mareja de sentir y sentirse. Morena, de figurita menuda, voz ronca y personalidad acogedora.
Se cansa de repetir que fue adoptada por Teresa y Valerio Gómez, los porteros del Instituto de Bellas Artes, cuando Cristina González, su madre biológica, murió a los pocos días del alumbramiento.
Hoy es una figura consolidada y querida en el ámbito musical. Instruye a las nuevas generaciones en los secretos de acordes, partituras y matices musicales.
Hace más de 20 años tiene un piano Petrof en el que descarga sus emociones, sentimientos, amores, sutilezas…
Desde niña vivió en el ambiente musical. Las escalas y ejercicios que escuchaba salir de los salones en el día, los practicaba en la noche. En tercero de primaria abandonó la escuela para dedicarse de lleno al piano, bajo la orientación de la italiana Ana María Penella.
Cuando vivía los años de juventud ya era toda una concertista, que debutó en el Teatro Colón, de Santafé de Bogotá. De ahí para adelante vinieron presentaciones memorables en París, Viena, Budapest, Berna, Basilea, Cuba, Hamburgo, Munich, Berlín y Polonia.
Vibra con la misma intensidad interpretando una obra de Bach, Mozart, Beethoven, Rachmaninoff, Piazzolla, Luis A. Calvo, Adolfo Mejía, Carlos Vieco o Richie Ray. Asegura que sólo hay dos clases de música, la buena y la mala. Por eso encuentra en la salsa, el bambuco, el tango, las rapsodias o las piezas sinfónicas, el alimento espiritual necesario para estar en armonía.
Días negros
Una vez la internaron quince días en una clínica de reposo porque leía demasiado y temieron que sufriera algún tipo de locura mística. El momento más difícil de su vida lo tuvo en 1993, cuando por culpa del síndrome del túnel carpiano, se creyó el final de su carrera. Era un dolor que le entumecía las manos.
Sin embargo, el doctor Rodrigo Díaz le devolvió su pasión, su vida. Hoy es abuela, madre de tres hijos, profesora y, ante todo, una apasionada que cada vez que arrima su butaca y toma posición ante el instrumento lo hace con las mismas ganas del principio, cuando a los 4 años tocaba El Reloj Cucú y la Danza del Soldadito.
Cada que Teresita Gómez se sienta al piano entrega parte de su vida, don y privilegio que hoy enseña a las nuevas generaciones.
Institución
Biblioteca Piloto del Caribe, de la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta