Cuando tenía cinco años, Rodrigo Castaño tardó cuatro horas a lomo de caballo, amarrado con una sábana, para llegar por primera vez a la finca de su abuelo Lázaro Díaz. El camino desde el casco urbano de Santa Rosa de Osos hasta la vereda Guanacas, en los límites con Carolina del Príncipe, en 1970, era un inmenso bosque de niebla.
Con el tiempo, mientras Rodrigo se sentía atraído como nadie en su familia por Guanacas, la decisión de recuperar y proteger aquellas tierras fue tan fuerte, que dejó su trabajo como catedrático de filosofía y psicología en universidades de Medellín, y se entregó a la misión de conservar. Empezó con las 120 hectáreas que le correspondieron por herencia, y ahora tiene casi 900, entre compradas y donadas, que se convirtieron en un parque biológico para 170 especies de aves, varias de felinos y al menos 30 afloramientos de agua. Guanacas es solo espacio de vida.