Gloria Amparo recicla amor en Cali

• Acoge en su hogar infantil a niños de zonas deprimidas de la capital vallecaucana.
Hasta sucios y en pijama, como estuvieran, los niños que vivían en el basuro (basurero) El Navarro, en el suroccidente de Cali, asistían todos los días al jardín-restaurante que creó Gloria Amparo Hernández, una abuela, cabeza de familia, nacida en Tolima, criada en Meta, “pero forjada en los desechos”, ganadora de El Colombiano Ejemplar en solidaridad.
“Ninguno se me salvaba, porque en el carro que llevaba la basura en ese me los traía”, aun en contra de sus padres que, “por el consumo de drogas y alcohol, se acostaban tarde y poco les importaban sus hijos”, dice esta mujer que tiene más sobrinos que problemas.
En 1989, con el apoyo de la Fundación Social, consiguió una sede en comodato, cerca del basuro, “para atender a niños de recicladores”. “A este lo mataron… Este se volvió malito… Esta es madre soltera y está esperando su tercer hijo… Este si es buena gente…”, cuenta Gloria Amparo mientras señala, uno a uno, algunos de los miles de niños que han pasado por su guardería y que conforman una galería de la memoria en fotos gigantescas que cuelga en las paredes de su oficina.
Allí, en un pequeño salón, al lado del hogar, ella trabaja con un grupo interdisciplinario, la mayoría compuesta por mujeres, encargado del jardín y de las tareas de la Fundación de Apoyo Integral al Reciclador, el nuevo proyecto de una líder que pinta los años en su rostro adusto, de ojos pequeños y sonrisa amplia; el trabajo en su manos callosas y su vitalidad en una jornada que empieza a las 6:00 de la mañana.
La Monita, como la conocen, que se formó en la necesidad, en la pobreza, dice que “el único derecho de los niños es ser felices”. El jardín es un salón amplio, dividido en secciones, de acuerdo con la edad de los menores; con cocina y dos comedores. Esa sede es, tal vez, la única esperanza alimenticia para 180 niños, 90 matriculados en el hogar y los otros 90 adscritos al programa de restaurantes escolares.
Con recursos propios (cada niño paga 8.000 pesos mensuales), más los aportes del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) y los de entidades como el Colegio Alemán, que dona los pañales y el material didáctico, y una fundación holandesa que regala los recipientes plásticos, Gloria Amparo se consigue el sustento diario.
“La mensualidad la destinamos para el pago de las ocho madres comunitarias (todas cabezas de familia que reciben una remuneración mensual de 152.520 pesos)”, pero cuando los recursos se acaban, por cualquier circunstancia, “ella sale, megáfono en mano y un talonario a pedir o a rifar cualquier cosa que garantice la alimentación”, advierte Claudia Velásquez, asistente del hogar.
“Ella es el corazón y yo la cabeza”, agrega, al explicar que Gloria Amparo nunca ha devuelto un niño por falta de pago y por documentación incompleta. La intervención de esta líder se proyecta hasta Quintas, donde viven familias reubicadas de ese sector y de zonas de alto riesgo.
La Fundación de Apoyo Integral al Reciclador, por medio de un convenio con la Fundación FES y el Comité de Erradicación del Menor Trabajador, hizo un diagnóstico y descubrió graves problemas de deserción escolar, drogadicción, pandillismo y violencia intrafamiliar.
“El convenio lo prorrogaron”, cuenta Patricia Solis, trabajadora social quien, junto al pedagogo reeducador, Jorge Arias, hace la intervención en el sector. “El trabajo consiste en apoyar pequeños proyectos productivos pero, sobre todo, en fortalecer los frágiles lazos comunitarios, en cambiar la cultura institucional, en modificar los hábitos de aseo, en fomentar la escolaridad o, al menos, en crear la necesidad y, por último, en buscar espacios para la ocupación del tiempo libre de niños y jóvenes”, agrega Arias.
Falta mucho por hacer, pero Gloria Amparo nunca se rinde, pese a momentos difíciles como el que vivió el viernes pasado, cuando tuvo que decirles a los niños del restaurante escolar que, hasta ese día, estaba garantizado el almuerzo. “Si consigo con qué darles, los llamó”, les dijo. Ninguno protestó, pero todos hicieron un gesto de tristeza, gesto que una niña refrendó con un abrazo y un beso.

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