Beatriz Londoño, una vida dedicada a servir

La Corporación Pro-Marginados, que hoy lleva el nombre de su fundadora, ganó en la categoría Solidaridad-Institución en 2005.

“Imagínese, pasamos de vivir en una casa hecha con tablas, en la que el agua se entraba y nos mojaba todas las cosas y los bichos ingresaban por todos lados, a tener una casa de dos pisos en la que solo tenemos que pagar los servicios, ni arriendo nos cobran. Eso es un cambio total de vida, cómo no va a ser una bendición”.

La vida de la familia Quintero García, compuesta por Adriana, su esposo Elkin Wilson y sus hijos Samuel y María Paulina, cambió de forma abrupta, y para bien, desde aquel día de 2017 en que la fundación Beatriz Londoño, antes la Corporación Pro-Marginados, les entregó su vivienda nueva en el barrio Santo Domingo Savio, en la comuna 1 Popular de Medellín.

Había pasado casi un año desde su arribo al sector, allí se instalaron en una casa hecha con tablas dentro de un lote baldío que adquirieron con el esfuerzo de Elkin, quien trabajaba como domiciliario.

Adriana anhelaba vivir en el sector, dado que Samuel estudiaba en una escuela de la zona. Ella lo llevaba y, como estaba desempleada, tenía tiempo libre para quedarse allí ayudando en lo que le permitían. Algunas veces acompañaba a los niños en sus tareas, ya que muchas madres ni sabían leer. En otras ocasiones asistía a las profesoras.

Así se hizo conocer de las directivas de la escuela y los representantes de la fundación, que identificaron en ella un interés por salir adelante. Siempre que estaba allí, Adriana miraba tímidamente, y de reojo, las casas que esta entidad construyó y entregó a comunidad desfavorecida, un trabajo que inició Beatriz Londoño en 1982 cuando creó Pro-Marginados.

Rompió la timidez y preguntó cómo podía postularse para acceder a una de las viviendas, consciente de que la que habitaban no tenía las condiciones dignas que sus hijos merecían. “A veces nos daba miedo dejarlos solos, que ocurriera un incendio o algo grave”, recuerda.

Al primer intento no lo logró, porque le dijeron que su esposo tenía trabajo, pero insistió, demostró que necesitaba la casa y la llamada llegó. Más tardaron en colgar que en desbaratar el rancho de tablas y comenzar su nueva aventura en su hogar, una estructura de unos 40 metros cuadrados de dos pisos, donde ella y su familia gozan felices su nueva vida.

Este no ha sido el único apoyo que ha recibido de la fundación. Su hijo Samuel –hoy con 14 años– disfrutó hasta tercero de primaria de la educación que imparte la escuela creada por la fundación en el barrio, y ella misma se capacitó en algunos oficios y temas personales con los cursos y las clases que imparten en la sede de la entidad.

Nada los detuvo

La primera vez que Beatriz Londoño visitó Santo Domingo Savio, a comienzos de la década de los ochenta, distaba mucho de ser lo que hoy es: uno de los barrios con mayor densidad poblacional de la ciudad. En cambio, en aquella época el paisaje lo componían potreros, lotes baldíos y fincas.

Una de esas fincas era de su tío Jorge Cock Quevedo, quien al ver su interés por ayudar a las personas que estaban llegando a la zona en las invasiones que comenzaban a formarse, decidió regalársela.

Beatriz quería hacer algo por esas familias que “vivían en una situación penosa”, lo cual le arrugó el corazón. Comenzó de esa forma una gestión para brindarles vivienda digna a decenas de familias a través de la fabricación y la entrega de casas prefabricadas. En el camino sumó voluntarios, tocó las puertas de los gobiernos locales y el proyecto fue creciendo.

En 1994 se entregaron las primeras 24 casas, y cuatro años después fue la segunda entrega con la misma cantidad. Obtuvo las licencias urbanísticas y los permisos necesarios para el desarrollo, que después se convirtió en todo un eje social con escuelas, centros de atención integral, comedores comunitarios.

Hubo contratiempos, muchos. En determinados momentos subir al barrio se hacía complicado, mucho más trabajar en la instalación de las casas. Hubo balaceras, incomodidades, pesares y angustias, pero nada los detuvo. Todo de la mano de Beatriz, quien siempre quiso mantener un bajo perfil.

Hoy, cuando ya pasó el listón de los noventa años, Beatriz siente un orgullo al ver que su esfuerzo cambió y salvó muchas vidas, y que a nadie le negó su ayuda.

Celebra que luego de casi 40 años –los celebrará en 2022– de esa idea que le surgió de una visita al barrio Santo Domingo Savio hoy se beneficien tantas personas de todas las edades, desde niños hasta mayores que viven en condiciones dignas, se capacitan en tareas que les permitan generar sus ingresos, reciben complementos alimenticios y disfrutan del tiempo libre en actividades de esparcimiento, cultura y entretención, para alejarse, así sea por un instante, de aquellos entornos que en ocasiones se convierten en barreras para que cumplan sus metas. La de ella fue ser y hacer feliz a los demás.

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