“Ha pasado mucha arcilla por mis manos”

Cecilia Vargas fue escogida como EL COLOMBIANO Ejemplar en la categoría Cultura- Persona en 2010

Cecilia expresa sus emociones a través de la arcilla y las chivas. Como ceramista les ha hecho honor a temas que la han tocado en la alegría y la tristeza, como el proceso de paz, Gabriel García Márquez, las especies animales en peligro de extinción, Chiribiquete, las orquídeas y el nacimiento de Jesús. Cuando la contactamos estaba preparando una con la que espera celebrar en 2024 los cien años de la publicación de La vorágine, clásico de la literatura colombiana escrito por José Eustasio Rivera, huilense como ella.

Las chivas no han sido la única muestra de su trabajo, pero sí las que le han dado profundidad a sus obras con la arcilla en cerca de cuatro décadas en las que ha sido reconocida en su región y en el país.

Con ellas ha recorrido el mundo, exponiéndolas en países como México, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Argentina, España, Brasil, Suiza, entre otros.

Los campesinos, el inicio

Cecilia recuerda que la primera chiva que elaboró la hizo en homenaje al mercado cultural de los municipios del Huila, una alegoría a la forma en la que los campesinos interactuaban en ese espacio. “Yo los veía llegando justamente en las chivas, con sus vestimentas típicas para el intercambio de alimentos y otros víveres. Seres anónimos que se levantan a las tres de la mañana a trabajar”, afirma.

Después les dio forma a otros momentos que para ellos eran importantes en su vida, como las fiestas patronales, los matrimonios, las iglesias o el paseo al río. Con el tiempo convirtió su obra en un vehículo para expresar sus posiciones respecto a algunos temas de la actualidad nacional, como la vez que un congresista, recuerda, expresó ser contrario a las manifestaciones homosexuales y entonces ella creó una chiva en la que “viajaban” íconos artísticos y culturales como Elton John, Freddie Mercury, Carlos Monsiváis, Frida Kalho y Chavela Vargas, entre otros.

“La llené de gente que ha forjado al mundo y a la civilización, como un testimonio de lo que pasaba en ese tiempo con esos movimientos”, reafirma.

Cuando Cecilia toma el barro entre sus manos trata de que en este se reflejen sus pensamientos. Su fuente de inspiración es su vida misma, frecuentemente visita parques arqueológicos cercanos a su casa en Pitalito, también visita los ríos y las reservas naturales tratando de nutrir su trabajo con lo que observa.

“La última chiva que hice fue sobre el desplazamiento en Colombia, me tardé casi un año haciéndola. Leo mucho, investigo y luego cojo el barro y voy expresando lo que más me duele, lo que yo quisiera que fuera. En esas vivo”. Durante la pandemia tuvo tiempo de hacer una en la que las estatuas se abrazaban con tapabocas, en mención de la prohibición del contacto físico.

Le falta tiempo

Cecilia lamenta no tener el tiempo para elaborar todo lo que quisiera. Pero si lo tuviera, dice con gracia que “haría una embarrada muy grande”. No es un chiste. Desde hace unos años viene investigando sobre la técnica del bahareque, lo cual la llevó a fabricar una casa en un bosque contiguo a su hogar. La llamó “La embarrada”, donde ha vivido algunas experiencias inolvidables, como la creación de una tertulia literaria.

En ella se alojaron unos estudiantes extranjeros que la han visitado, recorrían los parques arqueológicos para regresar a conversar. “Ese fue un sitio lindísimo, pero luego me lo desarmaron todo, se llevaron hasta las tejas, eso fue muy triste, no lo quiero volver a recordar”.

Cecilia no dice cuántos años tiene porque los que ha vivido, afirma, ya no los tiene. En ese periodo se ha propuesto ser ella misma, respetando su esencia, y desde su lugar crear una patria “un poquito más digna sin causarle problemas a nadie”, tal como la educó su mamá Aura y así se lo ha enseñado a sus hijos Yohana Yangtcy y Juan Sebastián, y sus nietos Julián e Isabela Sofía.

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