• El acuario está ubicado en la isla San Martín de pajarales
• En menos de una hectárea, Rafael tiene una gran cantidad de especies marinas
• El propósito del oceanario es enseñar a conjugar el verbo preservar
Luego de casi más de media hora en lancha, el conductor redujo la velocidad y comenzó a contarnos la historia de cada una de las pequeñas islas que nos rodeaban, hasta que por fin, al fondo, entre las demás, pudimos ver la isla San Martín de pajarales que nos recibía con un letrero grande que decía «Oceanario».
Se trata nada más y nada menos que del oceanario de las Islas del Rosario, conocido por muchos como el acuario.
Al bajarnos entramos por un colorido muelle y luego llegamos a un sitio tupido por los árboles donde el canto de los pájaros y Rafael Vieira, el propietario, nos dieron la bienvenida.
La isla, que tiene un poco menos de una hectárea, pertenece desde hace muchos años a la familia de Rafael, quien vino de vacaciones por 15 días hace 30 años, invitado por su padre, y desde entonces la convirtió en su casa.
«Me quedé porque era como llegar al paraíso y negarse a quedarse a vivir en él», explicó Rafael.
Rafael, alto, de piel bronceada y pelo castaño claro estudió taxidermia, los que se encargan de disecar a los animales, o como el lo describe «de devolverles la expresión de vida».
Gracias a este amor por los animales, cuando llegó comenzó a hacer pequeñas piscinas donde criaba animales de mar y poco a poco se fue convirtiendo en lo que es hoy.
El mar de esta zona es cristalino, de color azul claro, como si fuera una piscina.
El show
Hicimos la fila en la taquilla para comprar la boleta, ansiosos por comenzar a ver los animales.
Al entrar al oceanario llegamos al primer show, el de los tiburones, donde nos esperaba John, uno de los guías, acompañado de Margarita, su despelucada gaviota que hacía las veces de asistente.
Allí, Pedro, Washington, Manuela y Adela, junto con sus demás compañeros de color café oscuro y con más de 300 dientes, que además pueden permanecer 30 minutos fuera del agua, nos mostraron cómo comen mientras le obedecen a John.
Luego, continuamos el recorrido, acompañados de un grupo de más de 50 turistas, y pasamos a la zona de meros, unos pescados que pueden llegar a pesar hasta 500 kilos.
También vimos las mantarayas y un enorme pez sierra. Al final, llegamos a lo más esperado por el público: los delfines.
Wally es la entrenadora encargada de enseñarles las piruetas a estos hermosos y tiernos animales, quienes son estimulados por los aplausos de los turistas y por un pez como incentivo, logran saltar más de tres metros fuera del agua para tocar una bola.
Un museo
además de mostrarles a los visitantes los diferentes show de los animales marinos, este oceanario cuenta con un museo, ubicado en la que fuera la antigua construcción de la isla. En este lugar, donde tienen una hermosa colección de corales, logran un bonito trabajo de educación en los jóvenes, sobre el cuidado de estas especies.
En este paraíso trabajan 18 personas, entre ellos los guías, Rafael, tres biólogos, y dos asistentes, quienes trabajan en las investigaciones que realizan durante todo el año en un pequeño laboratorio.
Estas investigaciones pueden variar, por ejemplo en este momento se dedican a la reproducción de una especie de caracol que cada vez se ve más poco en este zona.
Una hora duró nuestro recorrido por el oceanario de las Islas del Rosario, al cual pueden llegar a entrar hasta 1500 personas en un día de temporada alta.
Por el fresco ambiente que se respira en la isla, su diversidad de animales, los shows y el empeño y cariño que le ponen todos los días los 18 empleados, el acuario ganó el Colombiano Ejemplar, en la categoría de Turismo.