• Ha enseñado ingeniería por más de 57 años, lo que ha sido su misión en la vida
Es un inspirador. Durante más de 57 años, Gabriel Poveda Ramos enseñó ingeniería a los estudiantes de pregrado y posgrado. Su voz pausada y su mente clara hacen un cálculo rápido: 20 mil estudiantes en materias que van desde las matemáticas y la geometría hasta la ingeniería electrónica, por las que se cuela algo de ética y filosofía.
Su vocación humanista ha contagiado a generaciones de personas que aprendieron de la exigencia y la disciplina como las normas que rigen sus vidas.
En su estudio, cercado por los libros, están las nociones de la geometría y las referencias de la alquimia. Pueden encontrarse textos en inglés, francés, portugués y alemán, un rastro que dejaron sus viajes por el mundo como ejecutivo de la Andi, por más de 20 años, y consultor en ingeniería eléctrica de empresas privadas y públicas.
Aún recuerda con profunda admiración y cariño a su padre, un ingeniero quien lo llevaba a la inspección de las locomotoras. Para esas expediciones de «hombre grande» cargaba como lo hace ahora, un cuaderno de dibujo, y con la paciencia de sus cinco años, empezaba a calibrar lo que era una cilindradora o el cálculo de un puente.
Esa amistad le forjó la vida y le sugirió lo que luego sería su profesión y su misión, como él la llama.
Porque este hombre de sonrisa afable y humor cáustico, al que le gustan las conversaciones inteligentes y el silencio de su estudio, ya sabía desde pequeño cuál era su misión en la vida: enseñar ingeniería, de la que no se ha despegado, ni siquiera ahora, cuando se jubiló, porque la idea de explicar la ciencia de una manera sencilla aún le obsesiona.
De hecho se califica como terco, y «obsesivo, como dirían los siquiatras ahora», dice. Y en esto se reafirma cuando repite que no vino al mundo por un accidente, sino por una tarea que lo ha llevado por diversos claustros universitarios.
Entre ellos se destacan la Universidad del Valle, la Nacional, la de Medellín, la Pontificia Bolivariana.y la Escuela de Minas, en los que ha sido todo un maestro, con rigor.
Por ello le duele cuando se habla de que los bachilleres elijen con más frecuencia carrera sociales. «Hemos desestimado la enseñanza de las ciencias básicas», argumenta sobre el tema.
Y aún más, esa falta de bases sólidas ha hecho que sea preferible contratar los estudios en el exterior a pesar del inmenso talento que, reconoce Poveda, existe en las facultades y empresas actuales.
Su opinión es contundente y no se amedrenta para decir que la herencia de las ideas de Jean-Jacques Rousseau, el filósofo suizo, han calado hondo en una sociedad que prefiere formar en el libertinaje que en la disciplina.
Con esta idea de que las cosas se lográn con esfuerzo, autocontrol y trabajo duro es que educó a sus cuatro hijos, tres ingenieros y una estadista, con quienes lleva una excelente relación.
De hecho, su familia ha sido uno de los grandes pilares de su vida. En ellos y en sus padres, cuando vivían, se ha refugiado cuando ha tenido alguna incertidumbre que capotear.
El aliento de su vida también reside en Jesús, el hombre que nadie conoce, como lo llamó Bruce Burton, autor de un libro que encontró perdido en las profundidades de una pequeña librería en Londres, y que como todos los tesoros, le reveló, sin estridencias y con simplicidad, el modelo de hombre en el que ha procurado convertirse: el de un ser íntegro que ha sabido encauzar su vida con coherencia.