A su edad, la maestra Blanca Uribe ha vivido más tiempo por fuera del país que en Colombia, pero eso no la ha hecho sentirse menos colombiana. Cuando decidió regresar lo hizo convencida, porque nunca sintió haberse ido. Siempre, como dice ella, tuvo un pie allá –Nueva York, Viena– y otro acá, y su broma con el día de la jubilación era conocida: le decía a sus amigos en La Gran Manzana que al día siguiente de cumplir 65 años se compraba un tiquete para volver a Colombia.
Cuando regresó, las montañas de Medellín no eran las que había visto a sus 13 años. Encontró una ciudad más ocre. A su regreso no pensó ser docente, pero sabiendo que ya tenía experiencia en Nueva York, decidió formar una generación de pianistas jóvenes y talentosos. No hay nada ahora que la haga sentirse más orgullosa que sus alumnos: le sudan las manos al ver a sus estudiantes en un concierto. Eso no le pasa cuando se sienta a tocar el piano y entra en ese otro mundo, el de la música. Ahora su tiempo se divide entre sus estudiantes y tocar el piano.
Todavía hay muchos repertorios por aprender.