“Un niño que nunca acaba de crecer”

Cristián Samper K., hoy presidente y director ejecutivo de Wildlife Conservation Society en Nueva York, fue EL COLOMBIANO Ejemplar en la categoría Medio Ambiente-Persona 2004.

A Cristián Samper Kutschbach le encantaba coleccionar bichos y matas que recogía en el jardín de su casa o en la finca de sus padres en Sopó, al norte de Bogotá –que aún conserva y visita cada que viene al país–. Los organizaba en la sala, los clasificaba y los conservaba por un tiempo, hasta que llegaba el momento de desprenderse de ellos. Para saber cuál era cuál se hacía preguntas, investigaba, indagaba y así reconocía de qué tipo era cada uno para agruparlos, sin otro interés distinto al de mirarlos y compararlos.

Esa fascinación por la naturaleza inició temprano. En el colegio fue scout, y acampó con frecuencia. Sus padres, Armando y Jean, no eran tan aficionados a esta práctica, aunque siempre lo apoyaron y motivaron. Esa era su posibilidad de tener contacto más cercano y constante con el medio ambiente.

Un poco más grande, Cristián aprovechaba las visitas a la finca de Sopó para organizar recorridos con amigos y familiares por el páramo y parque natural de Chingaza, uno de los refugios de la flora y fauna silvestres más importante de la cordillera Oriental. Fueron incontables las noches que pasó en aquella zona, ya con un interés algo más influenciado por el mundo científico, en el que reafirmó su deseo de estudiar biología.

A los quince años (a principios de la década de los ochenta), tuvo una experiencia “privilegiada” que le marcaría su hoja de ruta para el futuro y reforzaría su vocación. Fue invitado a participar como asistente en una expedición de campo en el Chocó por el investigador Jorge Enrique Orejuela, reconocido en la observación de aves. “Fui como aguatero”, recuerda. Un mes estuvo inmerso en las selvas de ese territorio, cargando lo que tuviera que cargar, pero recolectando experiencias que hoy, cuatro décadas después, son imborrables.

Con ese empeño estudió biología en la Universidad de Los Andes, siendo el primero de su familia en hacerlo. Ya entonces visualizaba la importancia que su carrera tendría para la sostenibilidad y la conservación de la biodiversidad en el planeta.

El papelito de la suerte

Su curiosidad era insaciable. Pese a que los años avanzaban, Cristián se consideraba “un niño que nunca acababa de crecer”. Esa inquietud constante lo motivó a recortar el papelito que estaba pegado en una de las carteleras de los pasillos de Los Andes, donde invitaban a los estudiantes a aplicar a un intercambio por un año en Harvard University. ¡Qué tal! Pasar de leer a los autores a compartir con ellos aulas. Cristián venció el “¿y si hubiera…?” y se la jugó por esa oportunidad. Fueron dos semestres viviendo en Boston, un periodo que le abrió los ojos. Cuando regresó al país para terminar su carrera, lo hizo con energías y conocimientos renovados.

Volvió a Chingaza, montó varios proyectos de investigación junto a algunos compañeros de la universidad, y a cambio de tesis –que no exigían en aquellos años en la institución–, acumuló todo un año de trabajo de campo que le valió como experiencia para lo que vendría en su carrera.

Recién graduado, su hermana Belén lo invitó a un viaje a Washington que terminó siendo de trabajo para ella, y de placer, y también como un augurio, para él. Durante una semana recorrió los museos del Instituto Smithsoniano en esa ciudad (18 en total), sin imaginar que dos décadas después sería el director.

Para llegar allá hubo un antes, que es la historia que muchos ya han leído y conocido. Fue uno de los fundadores del Instituto Alexander Von Humboldt en Colombia, que dirigió por seis años. Después vivió dos años en Panamá como integrante del grupo de investigaciones tropicales del Instituto Smithsonian, y en 2003 llegó a ser el director del Museo de Historia Natural del Instituto, estando durante un tiempo a cargo de todos los museos de la entidad.

Hoy es el presidente y director ejecutivo del Wildlife Conservation Society en Nueva York, el primer latino en el cargo en 125 años de historia de esta entidad que fue creada, entre otros, por el expresidente estadounidense Theodore Roosevelt, con presencia en 60 países y que tiene bajo su responsabilidad programas de conservación y protección de la biodiversidad a nivel mundial, y la operación del zoológico y el acuario de esa ciudad, que reciben al año más de cuatro millones de visitantes.

Un rol en el que cumple a cabalidad aquellos sueños que de niño tenía, cuando con los bichos y las plantas imaginaba ser un científico curioso y autodidacta

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